Ningún
sitio donde ir, nadie a quien recurrir, ningún futuro. El momento en
que un perro acorralado se convierte en un perro rabioso.
La
noche de la explosión en el Bernabeu, Abdulla no durmió. Las
primeras horas estuvo andando sin rumbo, perdido por las calles de
Madrid, desesperado, devanándose los sesos en busca de una salida.
–¿Vamos,
guapo?
El
rostro de la mujer era una máscara, necesitaría una espátula para
retirar todo el maquillaje que lo cubría. Sus pechos rebosaban del
generoso escote y su minifalda apenas ocultaba las bragas.
Provocativa y desafiante, plantada en el medio de la acera, impedía
el paso de Abdulla. El primer impulso del argelino fue apartarla de
un guantazo, pero cuando vio que había un tipo unos metros más allá
observando la escena cambió de idea.
-¿Cuánto?
-Cincuenta
euros, completo.
-No.
Es mucho. Solo tengo veinte.
-Por
veinte te hago un francés y te dejo que me chupes las tetas.
-Está
bien. Me puedo conformar con eso.
-¿Tienes
coche?
-No
-Entonces
vamos al parque. Sígueme.
La
mujer tenía un sitio preparado en el parque, en un rincón apartado
entre un seto y un muro. Hasta una manta cubriendo el suelo. Era
imposible que nadie los viera, a no ser que metiera las narices
exactamente allí.
La
mujer se sentó sobre la manta y liberó sus tetas solo tirando
levemente del borde de su escote. Abdulla permaneció un momento de
pie, observándola.
-Ven
aquí, cariño, que no te voy a morder.
Abdulla
se abrió la bragueta y se arrodillo frente a ella.
-Espera,
primero la pasta.
Él
busco en su bolsillo y le dio un billete de diez euros.
-Habíamos
dicho veinte.
-Los
otros diez cuando acabemos.
La
mujer guardo el billete en su bolso, pero cuando sacó la mano
sujetaba un spray de autodefensa que puso amenazante delante de la
cara de Abdulla.
-De
eso nada. El dinero por delante.
-Tranquila,
no necesitas eso.
Pero
al mismo tiempo sujetó con fuerza la muñeca de la mujer con su mano
izquierda, apartando el spray de su cara, mientras que, con el canto
de su mano derecha, golpeaba violentamente su garganta para que
ella no pudiera gritar. Estaba seguro de que el hombre que les
observaba cuando la encontró no debía estar muy lejos. Luego,
rápidamente, se echo sobre ella, clavando su rodilla entre sus tetas
a la vez que sus manos apretaban su cuello. Ella no llego a
resistirse, el golpe en su garganta la había dejado ya sin aliento.
En dos minutos empezó a sufrir espasmos y después se quedó
mortalmente inmóvil.
Abdulla
registró a la mujer y su bolso. Sin suerte: solo encontró el
billete que él le había dado, ni un céntimo más, nada de valor.
Cogió el spray y se fue de allí.
No
había caminado más de treinta metros cuando apareció el hombre
cerrándole el paso.
-¿Dónde
está la Yoli?
-¿Quién?
-No
te hagas el tonto. La mujer que venía contigo.
-¿Esa?
Se ha quedado en su madriguera, limpiándose -dijo, mientras
intentaba esquivarlo.
El
otro se movió a un lado para no dejarle pasar y mostró la navaja
que llevaba en la mano.
-Tú
no te mueves de aquí hasta que aparezca la Yoli.
-Venga,
hombre. No te pongas así. ¿Por qué no vas a buscarla y me dejas en
paz?
El
hombre dio un par de pasos hasta poner el arma en su estómago.
-Mejor
vamos los dos juntos. Como le hayas hecho algo a la Yoli te saco las
tripas.
Abdulla
roció con el spray la cara del tipo que soltó la navaja para
llevarse las manos a los ojos. El argelino le dio una patada en la
entrepierna y el otro cayó al suelo sujetándose ahora los
genitales. Abdulla, sin dudar un momento, cogió la navaja y le
degolló.
Está
vez tuvo algo más de suerte. El muerto llevaba encima más de
quinientos euros y la documentación, que también le podía resultar
útil.